A media mañana, suelo hacer una pausa en el trabajo y voy a tomar algo a un café pequeñito y estrecho de una de las calles más populosas de esta ciudad. Es una minúscula cafetería italiana que me gusta, que la he visto nacer y crecer, donde hacen unas tostadas sublimes. Al principio, éramos pocos los asiduos y teníamos espacio suficiente para extender nuestra presencia. Pero como los lugares buenos no pueden permanecer en el anonimato durante mucho tiempo, el sitio ha experimentado un notable aumento de transeúntes, vayas a la hora que vayas. Dadas sus reducidas dimensiones y el aumento de la clientela, es imposible no escuchar las conversaciones de los vecinos de barra. Hoy, a mi lado, dos mujeres platicaban sobre otra. Algo así:
—No aguanto a la tonta de Reme. No la aguanto, Mari, te juro que no la aguanto más. Vale que me imite en mi forma de vestir, que intente sumar méritos con los informes que yo he elaborado y que ella se apropia, que se autopresente ante mis conocidos como amiga mía, que me siga en las actividades a las que dedico mi tiempo de ocio y luzca poses de enterada. Vale que me espíe la agenda, que me plagie los razonamientos, que me fusile las ideas. Vale que sea un vampiro con todas las de la ley. Pero lo de hoy, lo que ha hecho hoy es ya el colmo. Eso sí que no lo soporto.
—¿Qué ha ocurrido hoy?
—Lo previsible. Como ya no consigue captar mi interés con sus argucias de mono de imitación, ha soltado una perorata lacrimógena delante de todos sobre lo enferma que está, lo mucho que sufre, sus duras circunstancias familiares y demás lindezas por el estilo. O sea, una súplica desesperada para que estemos todos pendientes de ella, que para eso sus males son los peores.
—Chantaje emocional, vamos.
—Y tanto. Falta de estilo y necesidad imperiosa de ser la protagonista de todo. A costa de lo que sea. Como si cada uno no arrastrara sus miserias.
—Joder.
—Y Carlos, callado. Recién incorporado tras la quimio y la radio, hecho unos zorros, pero callado. Porque lo de esta mujer es una tontería al lado del cáncer de Carlos. Pero él, chitón. No tiene tan poca vergüenza como para mendigar afecto a costa de que lo compadezcan. Eso es jugar sucio para la gente elegante, y Carlos lo es. Esta tía no tiene ninguna elegancia. Es una impúdica, chica, una perfecta desvergonzada.
—Cortadla.
—Si que me dan ganas, pero me freno. Siempre he creído que no se debe machacar a nadie, herirle por ser como es, reventarle sus creencias. En definitiva, no respetarle. Si hiciera algo así, no dormiría tranquila. Sigo la máxima kantiana y no hago a los demás lo que no quiero que me hagan a mí misma.
—Pues aléjate de ella.
—Eso intento, pero no es fácil. La llevo pegada como una lapa. Hay días que pienso que me va a perjudicar seriamente en mi trabajo. Estas trepas de baja estofa...
—Anda, tranquilízate, que yo creo que todo el mundo sabe que tú eres un águila y ella es un borrego.»
Desde mi atalaya mañanera de diálogos pillados al azar, así ha sido. Más o menos.
—No aguanto a la tonta de Reme. No la aguanto, Mari, te juro que no la aguanto más. Vale que me imite en mi forma de vestir, que intente sumar méritos con los informes que yo he elaborado y que ella se apropia, que se autopresente ante mis conocidos como amiga mía, que me siga en las actividades a las que dedico mi tiempo de ocio y luzca poses de enterada. Vale que me espíe la agenda, que me plagie los razonamientos, que me fusile las ideas. Vale que sea un vampiro con todas las de la ley. Pero lo de hoy, lo que ha hecho hoy es ya el colmo. Eso sí que no lo soporto.
—¿Qué ha ocurrido hoy?
—Lo previsible. Como ya no consigue captar mi interés con sus argucias de mono de imitación, ha soltado una perorata lacrimógena delante de todos sobre lo enferma que está, lo mucho que sufre, sus duras circunstancias familiares y demás lindezas por el estilo. O sea, una súplica desesperada para que estemos todos pendientes de ella, que para eso sus males son los peores.
—Chantaje emocional, vamos.
—Y tanto. Falta de estilo y necesidad imperiosa de ser la protagonista de todo. A costa de lo que sea. Como si cada uno no arrastrara sus miserias.
—Joder.
—Y Carlos, callado. Recién incorporado tras la quimio y la radio, hecho unos zorros, pero callado. Porque lo de esta mujer es una tontería al lado del cáncer de Carlos. Pero él, chitón. No tiene tan poca vergüenza como para mendigar afecto a costa de que lo compadezcan. Eso es jugar sucio para la gente elegante, y Carlos lo es. Esta tía no tiene ninguna elegancia. Es una impúdica, chica, una perfecta desvergonzada.
—Cortadla.
—Si que me dan ganas, pero me freno. Siempre he creído que no se debe machacar a nadie, herirle por ser como es, reventarle sus creencias. En definitiva, no respetarle. Si hiciera algo así, no dormiría tranquila. Sigo la máxima kantiana y no hago a los demás lo que no quiero que me hagan a mí misma.
—Pues aléjate de ella.
—Eso intento, pero no es fácil. La llevo pegada como una lapa. Hay días que pienso que me va a perjudicar seriamente en mi trabajo. Estas trepas de baja estofa...
—Anda, tranquilízate, que yo creo que todo el mundo sabe que tú eres un águila y ella es un borrego.»
Desde mi atalaya mañanera de diálogos pillados al azar, así ha sido. Más o menos.