domingo, 31 de enero de 2010

LA BELLA ROMA


De niña, coleccionaba postales sin saber que recopilaba belleza.
De mayor, exprimí con los ojos la hermosura pretendida durante tanto tiempo.
El alma se ensancha en el mundo perseguido, en el recuerdo de su belleza.




Detalle de la impresionante columnata de Bernini
(Fotografía de Isabel Martínez)

Detalle del Foro Romano
(Fotografía de Isabel Martínez)

Grupo escultórico de Laocoonte y sus hijos
Vaticano
(Fotografía de Isabel Martínez)



Interior de la Basílica de San Pablo Extramuros

La paz de los jardines en las Termas de Caracalla
(Fotografía de Isabel Martínez)

Impresionante Moisés, de Miguel Ángel


Detalle de la inmensa fuente barroca
(Fotografía de Isabel Martínez)

jueves, 28 de enero de 2010

LA CONSTELACIÓN DE ANDRÓMEDA, DE MARIEL MANRIQUE



La constelación de Andrómeda es una explicación mitológica de la vida y de la muerte, un recorrido por la enfermedad, ese estado del cuerpo que aboca al alma a abismos metafísicos, a asideros de acción y a intenciones renovadas en las creencias propias de la autora.

Su constelación es un canto a todos los seres vivos que, con su sola existencia, la salvan, así como aquellas otras pasiones por las que la autora apuesta fuerte. Los seres son estrellas que la iluminan: las flores, los minerales, las bestias, los niños y los artistas. Las pasiones son estrellas que la sostienen: los amores de personas queridas y las batallas (y sus instrumentos para afrontarlas).

El poema con el que arranca el libro es de una gran carga emocional, hermoso como los terribles ángeles de Rilke. Alberga una auténtica explicación del miedo. La salud frágil incita a la plegaria, a la oración que eleva una voluntad firme que confía en el poder del ánimo contra todas las enfermedades. La enfermedad como origen del universo literario de este libro. La enfermedad, también, como origen de su magnífico blog Pájaro de China. La canción de Patti Smith a la que se aferró como a un crucifijo. («Y no me concedas el perdón, / si elijo refugiarme en el silencio»).

Pero Mariel no está sola en el dolor. Como ella misma dice. «Ciertos muertos viven en mi vida y hasta logran salvarla. / No sólo sobreviven sino que evitan mi desaparición». La poeta habita en un universo paralelo poblado de arte, música, cine y literatura («Inagotables compañeros de ruta / que me provocan, me calman y me acunan. / Miro hacia mis costados. Creo que estoy sola. Pero no.»).

Mariel Manrique alza su espada defensora («Elegí la palabra como elige la espada un samurai»), y triunfa en la batalla. Vence. Mariel vence y nos convence con su verbo.

Deseo dejar aquí hablar a la poetisa con un poema de su libro, un poema narrativo que me gustó especialmente. No me demoro más. Mariel toma la palabra:

Los suicidas de Islandia

Cuando comenzaron las noches polares,
descubrieron que tenían todo en casa.
Afuera los zorros asolaban las ovejas y el viento azotaba las bahías.
Afuera todo era desiertos y glaciares
en un país de sombras obstinadas.
Rápidamente rescataron del estante más alto del armario
las cajas de rompecabezas con sus miles de piezas diminutas.
Pasaron meses reconstruyendo la boda de los Arnolfini.
Primero la lámpara encendida, los zuecos de madera y el perrito.
Después, la enigmática firma de Van Eyck
y la convexidad insondable de ese espejo
que les consumió tardes enteras
hasta que lograron (o pretendieron) descifrarlo.
Parte del invierno transcurrió
entre la devoción por la miniatura y el detalle doméstico.
Tocaban el violín intentando dar con su alma,
que es física y palpable.
No queda exactamente en el centro del instrumento.
Regularmente resucitaban el piano,
improvisando sobre las viejas partituras.
Se tiraban sobre la alfombra cerca de la estufa a leña,
con la cabeza apoyada en las palmas de las manos,
a viajar por álbumes de estampillas
o revisar su colección de juguetes antiguos.
Proyectaban películas mudas e inventaban los diálogos,
convirtiéndolas en películas nuevas.
Sustituían las escenas en blanco y negro
por imaginarias escenas en colores.
Suponían que un vestido verde lo hubiera modificado todo,
o un sombrero de plumas de arco iris.
Jamás habían visto un arco iris,
porque no habían asistido a la lluvia ni al sol que la sucede.
Afuera acechaban, como monstruos dormidos,
los géiseres y los volcanes en la oscuridad.
Ya lo dije, era la época de las noches polares.
Se hacen eternas y no alcanzan los libros de la biblioteca.
Leían los clásicos, deteniéndose y deleitándose en cada palabra.
Sabían que estaban muy cerca del círculo polar ártico
y que quien cae en ese círculo rara vez puede salir..
Porque ese círculo temible conduce hasta el fondo de la tierra,
es decir, hacia un abismo misterioso y malvado.
Eso creían, al menos, en los tiempos del solsticio de invierno.
Conversaban durante horas y recordaban su adolescencia.
Se dormían tomados de la mano, para no tener miedo.
Aprendieron de a dos una lengua extranjera,
que al principio les resultaba impronunciable.
Aprendieron a pronunciarla lentamente,
con una disciplina inquebrantable.
Afuera el océano se agitaba oscuro, filoso como el acero de un puñal.
Pero en casa tenían leña de sobra,
textos inagotables y música apta para calmar a las fieras.
Y se tenían, en esa soledad a ciegas, a sí mismos,
dspuestos a no dejarse doblegar
por la inclemente adversidad del clima que les había tocado en suerte.
Se volvieron tan resistentes a la noche
que olvidaron que algún día empezaría a deshacerse la nieve.
Que también existían la aurora boreal
y el sol inclaudicable de los veranos árticos.
Sencillamente,
no estaban preparados para dejar la casa y enfrentar el mundo,
del mismo modo en que habían sabido refugiarse en ella.
Y dar batalla al dolor.
Cuando la luz se filtró por las ventanas blindadas,
no supieron qué hacer.
No supieron qué hacer con la felicidad.
Se miraron desconsolados y ateridos,
porque el frío (aunque ya no hacía frío)
era una parte inexorable de sus huesos.
Rápidamente rescataron el revólver del estante más alto del armario.
Habían leído en alguna parte, sin prestar atención,
que en Islandia los suicidas suelen elegir la primavera.
Y cada uno de los dos, antes de gatillar, supo por qué.

martes, 19 de enero de 2010

UN DIVINO

En el Museo del Louvre, París
(Fotografía de Isabel Martínez)

Esta mañana, durante mi desayuno cotidiano de veinte minutos en una minúscula cafetería, llegó a mis oídos una extraña conversación a la que todavía doy vueltas. Algo así:

–Está fastidiado de verdad.
–Nunca se cuidó.
–Cierto, y ahora el cuerpo le pasa la factura. ¿Vas a ir a verlo?
–No, no creo. Definitivamente, no.
–Hombre, no seas así. Es un acto de caridad.
–Caridad es lo que le ha faltado a él siempre, sobre todo conmigo.
–Pero en esta situación...
–Me la sudan sus situaciones.
–Eres duro.
–Lo aprendí de él, de su excelencia, siempre por encima del bien y del mal, siempre un divino que no se ha dignado rebajarse con la plebe.
–Llevas razón. Se ha hecho insufrible, se ha ganado todas las antipatías, pero ahora su estado es de pena.
–Pues que se autocompadezca, que yo no voy a ir a dorarle la píldora a ese vanidoso.
–¿No te conmueve su enfermedad?
–A mí lo que me conmueve es el daño que me ha hecho desde que lo conozco.
–No todos somos iguales.
–Gracias a Dios.
–Tú eres compasivo.
–Con todos, menos con él.
–No puedes hacer excepciones.
–Las mismas que hizo conmigo, ni más ni menos.
–Bueno, pues allá tú contigo mismo.
–Eso. Sólo respondo ante mi propia conciencia. Y doy por zanjada esta charla.

Desde mi atalaya mañanera de diálogos pillados al azar, así ha sido. Más o menos.

miércoles, 6 de enero de 2010

LOS REYES MAGOS


Los Reyes Magos me han traído un escáner y estoy toda la tarde como una niña con zapatos nuevos.

He cogido viejos álbumes de fotos y es una gozada ver las imágenes ampliadas en la pantalla del ordenador.

Como esta tarde estoy niña y soy  como una niña, les dejo la niña que fui.

En esa fotografía que adjunto, contaba diez años, los mismos que acaba de cumplir una Isabelilla a la que mucho quiero.

Perdonen si queda la entrada como un pastel de nata, pero las niñas somos cursis en muchas ocasiones. No siempre vamos a estar estudiando, leyendo o haciendo cosas de provecho.

Como soy una niña, excúsenme, que voy a jugar un rato antes de la cena.

lunes, 4 de enero de 2010

MIGUEL HERNÁNDEZ


Para Miguel Hernández, pastor perito en lunas, devoto de los vientos del pueblo, hombre apasionado prematuramente muerto en una España enloquecida, poeta con quien tanto he aprendido.
In memoriam, no existe mejor homenaje que sus propias y textuales palabras:


CÁNTICO – corporal
(YO, EN BUSCA DE MI ALMA)

VIVO yo, pero yo no vivo entero.
De mis ojos ausente,
careciendo de ti, mi verdadero,
canario adoleciente,
canto y estoy más pálido que un diente.

Te veo en todo lado y no te encuentro,
y no me encuentro en nada;
te llevo dentro, y no me llevo dentro,
¡ay! vida mutilada,
yo. mi mitad, ¡oh Bienenamorada!

Mi amor, a quien agrega fortaleza
la soledad del huerto,
seco de sed por ti, sufre y bosteza,
y sigue en su desierto
por no caer de tentaciones muerto.

Soy llama con ardor de ser ceniza.
Sola abundantemente,
esta porción de ti, la tiraniza
–¡oh qué guerra frecuente!–
mi pupila, tormento de mi frente.

Le falta la merced de tu asistencia
a mi amor exprofeso.
Tengo en estos rosales la presencia
y esencia de tu beso,
en tanto grado puro, en ¡tanto! ileso.

Codicioso de ti, me estoy robando,
me aplico poco al suelo;
me dedico a los dos de cuando en cuando,
a tu imagen apelo
siempre, siempre presente y siempre en celo.

Yo ya no soy: yo soy mi anatomía.
¿Por qué? de mi desistes,
peligro de mis venas, alma mía…
¡Ay! la flor de los tristes
vas a dieta de amor como de alpistes.

Desamparado el cuerpo, en desaseo,
sobre el amor en puro,
soy mi verdugo y juez, y más, mi reo,
mi tempestad y faro;
tú, mi ejemplar virtud, mi vicio caro.

Me levanto de mí cuando me acuesto
gimiendo mis heridas,
inficionado todo de tu gesto,
de tus gratas manidas,
gracias comunicables y queridas.

¿Y tu boca?, reparo de la mía,
¡ay! bello mal que cura;
¡ay! alta nata de mi pastoría,
¡ay! majada segura
y oveja de mi boca, si pastura.

Esparcida por todos los lugares,
en ellos te deseo.
Sigo tus huellas, flores de azahares,
te silbo y te zureo,
con los vientos de carne me peleo.

Patria de mis suspiros y mi empeño,
celeste femenina;
vuelve la hermosa página del ceño
que cielos contamina.
Yo para ti, si tú para mi ruina.