miércoles, 15 de diciembre de 2010

CENA DE NAVIDAD



A pesar del frío, de la crisis nefasta que nos roba las sonrisas y nos quita las ganas de regalos y de compras, quienes aún trabajan y no han ingresado en el limbo del desempleo se imbuyen en estas fechas en la ya clásica comida o cena de Navidad, una costumbre oficializada que le ha quitado la frescura y la espontaneidad a las comidas y cenas ideadas sobre la marcha con los compañeros de trabajo, al amparo de la más pura apetencia y gusto del momento concreto.
Mientras hoy tomaba mi rápido café de media mañana, a mis oídos ha llegado el eco de la conversación vecina. Se desarrollaba entre tres contertulios: una mujer de unos cuarenta y pocos años y dos muchachos jóvenes, chico y chica. Algo así decían:

–Tienes que venir. Por una vez, no pasa nada –le rogaban los chicos jóvenes a la mujer.
–No puedo –se excusaba ella.
–Tienes que hacer por poder. Es una vez al año y no puedes faltar –argumentó la muchacha.
–Entiéndeme. Un viernes por la noche, a las diez, yo ya estoy muy baqueteada. Con toda la semana de trajín, a esas horas sólo quiero tranquilidad.
–Pero si tú eres muy moderna y sales normalmente hasta las tantas –aguijoneó el muchacho.
–Sí, pero es distinto. Salgo con mi marido, con mis hijos, con mis amigos… En otro plan, vamos. Si me meto en casa el viernes a la hora de comer, a mí no me sacáis a las nueve y pico de la noche.
–Anda, haz un pequeño esfuerzo. Sabemos que no todos te caen bien. A nosotros, tampoco. Pero es una noche al año –siguió insistiendo la chica.
–¡Y dale, que no! –se defendió la mujer mientras se encogía de hombros y disminuía visualmente su complexión física.
–Por una vez…
–Que no, que no voy.
–No tienes nada serio que te lo impida.
–No lo tendré, pero…, pero… Que no me apetece y punto. Ya está, dicho queda.
–Pues tienes que intentarlo, como nosotros. Tampoco nos apetece y vamos.
–Que he dicho que no y es no. Por favor, no me atosiguéis.
–Anda, mujer, no seas así…

No quise escuchar más y me fui al otro extremo de la barra, ya que me resultaba muy incómoda esa conversación. No obstante el cambio de lugar, mis ojos aún contemplaron mientras apuraba mi café, cómo los jóvenes la envolvían y la mujer negaba una vez y otra con la cabeza mientras cada vez se empequeñecía más. Pagué y salí de mi rincón a toda prisa. Un cierto grado de angustia se había apoderado de mi persona. No me gustan los asedios, qué le vamos a hacer. 
Desde mi atalaya mañanera de diálogos pillados al azar, así ha sido. Más o menos.










lunes, 6 de diciembre de 2010

A VUELTAS CON ESTO DEL BLOG

Calle de Grazalema, de Luisa Navarrete

Comienzo a escribir estas líneas cuando el día surge al otro lado de los cristales, en ese intervalo mágico entre la luz y la sombra, donde el mundo casi parece un bostezo exhalado por la oscuridad. Son minutos donde todo es posible, donde se siente de nuevo la ilusión del estreno, como si la aurora trajera consigo la promesa de que en el día se cumplirán todas las expectativas, como si esa aurora borrara en su luminosidad creciente las numerosas decepciones. Miro el trozo de horizonte asignado por los marcos de mi ventana y concluyo que es hermoso. No es inmenso, no es bellísimo, pero es el mío, mi mínima dosis de paisaje, mi pequeña porción de cielo.


Mientras contemplo encantada la afirmación del día y trazo planes para exprimir de él hasta la última gota, medito sobre esto del blog (qué poco me gusta esta palabra que tiene ecos de atragantada). Se ha convertido ya en algo habitual en mi vida, una nueva forma de relación social que, llevada al extremo, agota y consigue que la vaciemos de sentido. Además, en los últimos días, amigos excepcionales huyen en busca de un respiro (Thornton, Luisa Navarrete o Jose Zúñiga, por ejemplo). Los entiendo y comparto su saturación de virtualidad, su cansancio por haber otorgado a la pantalla del ordenador el protagonismo de su vida. Este mundo tiene serios peligros si no se lo dosifica. Queremos llegar a todo y a todos, pero cuando las relaciones crecen y las demandas de atención son excesivas, el estímulo continuo acaba por agotarnos. Entonces, nos miramos al espejo interior y nos preguntamos por los frutos de nuestros días. Si la respuesta es sincera, nos hace estremecernos y nos impone reaccionar.

Obra de Luisa Navarrete

Muchas buenas personas, en el intento de ser justas e igualitarias, se inmolan a sí mismas, pues estiman que si no llegan a todos no deben llegar a ninguno, incluido el propio blog. Reconozco que también he actuado así y que cada día me escondo más, sin anuncios, sin adioses, que no me gustan los compromisos asfixiantes y, como todos, tiendo a ser lo más feliz posible, desatando nudos y abriendo caminos que me ensanchen y que no me constriñan. No somos omnipotentes y, por supuesto, nuestro tiempo no es infinito ni nuestra capacidad la de un héroe.


Mentiría si dijera que no me gusta tener un blog. Hoy, como hace poco más de un año, cuando lo abrí, le veo una gran utilidad. Considero que es un vehículo maravilloso que me permite verter al exterior algunos de mis escritos. Escribo desde que tengo uso de razón y pierdo las fuerzas y la fe si intento luchar por sacar mi escritura en un mundo editorial que no entiendo a qué criterios responde. Supongo que debería ser más dócil y acatar las normas de mercado, investigar los vericuetos y laberintos que llevan hacia lo que todos tildan como éxito. Pero admito mi torpeza en la materia, ya que me interesa escribir y me he perdido siempre en las señalizaciones de las autopistas y carreteras que teóricamente conducen al estadio de escritora. De ahí que, para no dañar susceptibilidades, me defina como alguien que escribe, un ser que traza palabras, las engarza, inventa tramas, acude a los brazos maternales de la poesía y, en ocasiones, roza la belleza. Con ese roce, encuentro la justificación a la perseverancia en la literatura, porque la belleza es algo más que una palabra de perfiles estéticos, ya que no existe estética sin ética y viceversa.

Obra de Luisa Navarrete

A vueltas con esto del blog, en mi caso le encuentro grandes alicientes, ya que llevo visos de permanecer inédita ad aeternum. El blog me ha permitido publicar e, incluso, conocer lo que provocan mis escritos en quienes me leen. Con él, he conocido a gente encantadora que me ha enriquecido muchísimo. Además, se me han abierto cauces de expresión que estimo enormemente. Pero mentiría si no admitiera que al blog y su mundo virtual adyacente hay que ponerle coto, un freno para que no invada toda la vida. Es muy fácil meterse en una espiral adictiva que no lleva a ningún lado, excepto al cansancio, a la hartura y a la falta de creatividad, pues el blog tiende a crecer y se multiplican los blogs que hay que visitar, las personas sensibles a las que hay que atender y un largo etcétera que supongo que no necesito precisar con detalle. A uno puede gustarle mucho un plato, pero si lo come a todas horas y en todas las ocasiones en que toca alimentarse, es más que probable que acabe saturado y harto.


El freno de Thornton –un hombre culto y vital que precisa tiempo para sus aficiones y su propia vida–, el freno de Luisa Navarrete –una artista de los pies a la cabeza que precisa tiempo para ser persona y no ente cibernético–, el freno de Jose Zúñiga –un poeta magnífico y energético–, se unen en mi mente a mi propia meditación sobre este mundo virtual, a mi cansancio indudable por tanta atención permanente, a mi absoluta imposibilidad de acudir a tantos rincones encantadores, a mis reproches por sisarle el tiempo debido a la escritura. Para mí, el blog era un espacio de ocio donde pasaba un rato agradable, aprendía y compartía; pero, ahora, empieza a ser una pesada carga, una criatura monstruosa que pretende engullirse todo mi tiempo libre.


Concibo el blog como un pequeño recinto personal donde verter lo que estime conveniente y donde reflejar lo que me dicte el deseo de cada momento. Desde que abrí mi cobijo en noviembre del año pasado, he pasado por muchas fases, pero, junto con la alegría y el regocijo, siempre ha aparecido el cansancio y la necesidad de apartarme cada pocos meses para sentirme yo misma. He cambiado muebles y he redecorado el espacio varias veces; incluso, pasé una fase comunitaria y colectiva; pero el espíritu que anima esta página es idéntico desde el principio: la literatura. No debo ir en contra de ese espíritu, está claro, y será la propia literatura la que me indique el camino correcto, no consideraciones ajenas a este espíritu, como el tiempo que haya entre entrada y entrada y otros imperativos que en mi caso no funcionan. Soy agradecida con todos aquéllos que han tenido palabras y gestos amables conmigo, pero creo que eso no debe implicar nunca un vasallaje. Cada uno tiene sus propios ritmos, sus privativas premuras y sus particulares imprevistos y circunstancias vitales. Que cada uno las atienda desde la libertad, que no es cosa en la que me meta; pero que nadie me pida que mi ritmo sea el suyo, lo mismo que jamás he pretendido que el mío sea el de los demás. Reconozco que soy una persona individualista y que me gusta ir a mi aire, sin sujeciones que me constriñan ni imposiciones que hipotequen mi tiempo, mi escaso gramo de tiempo. Si he de mantener mi blog, será a costa de mantener mi libertad. Si el blog me constriñe, se acaba el blog, lo tengo claro. Y como deseo mantenerlo sin perder las alas, tantearé estrategias que me permitan no sentirme esclava. Creo que, incluso, y a pesar de lo difícil que lo veo de principio dado mi carácter, no contestaré por norma a los comentarios, excepto en supuestos que lo considere preciso. Ese tiempo bien puede emplearse, de forma más magnánima, en visitar algunos blogs.


Quien aquí llegue será siempre bien recibido, porque agradezco muchísimo un comentario; pero quiero que sepáis que entiendo a la perfección que no os acerquéis, que no comentéis o lo que os venga en gana. Cada uno lleva su historia y tiene sus fases y momentos. Porque ahí existe otra clave: los momentos de las personas no son siempre los mismos, ya que no nos sentimos igual de cómodos o expresivos en todas las situaciones o en todos los temas. A veces, somos más sociables, a veces necesitamos silencio absoluto, a veces hablamos como cotorras, a veces nos mostramos sin mesura, a veces nos escondemos con ahínco… Todas son manifestaciones nuestras, todas nos conforman y ninguna nos define absolutamente, pero en la combinación paradójica es donde realmente somos. Quien no admita la multiplicidad de matices, no me entenderá.


Obra de Luisa Navarrete

Para concluir, termino con este ya largo desahogo que intenta poner orden en mi mente cuando el sol ya ha caído hace un tiempo. La oscuridad se ha tragado mi mínimo paisaje en un segundo y sólo las luces atestiguan el entorno inmediato. Este escrito quedó a medias, como tantas cosas en la vida, por otras urgencias perentorias. Ahora, tras contactar con Luisa Navarrete para pedirle permiso por el uso de sus obras, estas hermosuras que acompañan la entrada, sólo me queda despedirme. Luisa tiene duende en sus manos, captura los gestos con una precisión pasmosa, habla en los ojos y ríe en los labios de sus retratados, pero también llora en sus lágrimas y se alza en sus puños contra toda la injusticia del mundo. Ella lo pinta todo, incluso a cualquiera de vosotros que se lo encarguéis. A quien le guste la pintura le aconsejo que pase por el blog de Luisa. La contemplación de su arte nos dará una respuesta sobre la magnífica labor de los blogs.


Estaré bajo mínimos durante una temporada. Como a mis amigos Thornton y Luisa Navarrete, me llama la vida, la lectura tanto tiempo demorada, el roce benéfico de los rayos de sol, la escritura siempre pendiente, que requiere tiempo y soledad. No me voy, pero estaré de otro modo, porque sin libertad no existe estancia verdadera ni convivencia perdurable.

Autorretrato, de Luisa Navarrete