lunes, 3 de enero de 2011

CONTRASTES

Plaza de Camachos (Murcia)
Fotografía de Isabel Martínez Barquero

En muchas ocasiones, salgo sin rumbo determinado, por el puro placer de caminar. Las ciudades se parecen a las personas. Como ellas, son ricas en contrastes, en diferentes matices que, lejos de confundir a la mirada atenta, unifican su carácter.


 













     Tinajas en la Plaza de Camachos (Murcia)
Fotografías de Isabel Martínez Barquero


Los pasos pueden guiarte a plazas que no pisas desde hace muchísimos años, de pronto nuevas a las pupilas, rebosantes de detalles que ignorabas. Observas y asientes: el exceso de presión de un ser sobre otro consigue que este último se vacíe del todo cuando el primero pretende llenarlo. En cualquier caso, constituye un alivio que, a diferencia de las tinajas, los humanos tengamos pies en el cuerpo y alas en el espíritu.
                                                                                

Torre de la catedral de Murcia
Fotografía de Isabel Martínez Barquero

Miro a la torre. Me gusta su desafío a los cielos grises, su esbeltez y su planta, que no se achica ni se engríe. Permanece incólume, consciente de su verdad de piedra imperecedera. Pienso que solamente los necios chillan lo que a nadie le interesa. La torre me desvela su secreto y avivo el paso contenta, pues siempre es un alivio que las mentiras tengan las patas cortas y jamás puedan dañarla en su altura.


Palmeras
Fotografía de Isabel Martínez Barquero

Bajo el cobijo de las palmeras amigas, contemplo los milagros de color que llenan de rubores al día gris.


Glorieta de España (Murcia)
Fotografía de Isabel Martínez Barquero

Me gustan los contrastes de mi ciudad. Como una persona, se llena de interés y de sentido por guardar tantas facetas, tantos rincones y, sobre todo, tanta vida palpitante, una explosión de vida que se ofrece en silencio y habla a los oídos atentos y acaricia a los ojos sedientos de armonía.


Parterre en la Glorieta (Murcia)
Fotografía de Isabel Martínez Barquero

Mientras miro los parterres florecidos y obvio las flores marchitas de un pasado que ya se fue, deseo que el nuevo año sea luminoso y acabe con la oscuridad reinante, que brote la alegría en los rostros desde dentro, que observe el ir y venir de las personas como una marcha llena de sentido.

Se inicia un año, se abre una interrogación, se alza una súplica muda. Pandora me mira y me hace un guiño. Con una sonrisa, me ofrece su regalo. No escapó de su caja y, probablemente, de ningún corazón humano mientras permanece vivo. Siempre cabe la esperanza.