jueves, 20 de octubre de 2011

CLARICE LISPECTOR: PASIÓN Y LUCIDEZ


Existe un universo al que me gusta regresar de vez en cuando. Me refiero al inmenso universo de una escritora que jamás me deja indiferente, que siempre me sacude. Se trata de la gran Clarice Lispector. La primera obra suya que leí -con la que la encontré- fue La manzana en la oscuridad, una novela cuya edición de la Editorial Sudamericana conservo en mis estantes deshojada y amarillenta, ya que la adquirí en noviembre de 1983. Le tengo un gran cariño, pues supuso mi iniciación en Clarice Lispector.
Hija de judíos rusos, en 1920 nació en Ucrania por casualidad, pues sus padres ya habían decidido emigrar a Brasil, cosa que realizaron cuando ella contaba dos meses, de ahí que Clarice siempre se sintiera brasileña, no obstante su nomadeo por varias ciudades europeas durante su madurez. La vida fue tacaña con Clarice, ya que murió a los 56 años víctima de un cáncer.
Estudió Derecho, pero su pasión fue siempre la escritura, el lenguaje, donde refulge con el brillo de mil soles. Con un carácter definido por ella misma como «tímido y osado», altiva pero ajena a cualquier manifestación de pedantería, crítica con las poses huecas del vanguardismo, a Clarice le interesaban más las sensaciones, las percepciones y las emociones que las tramas de las obras. Inteligente y dulce al tiempo, no teme la introspección más absoluta y la nombra, no obstante su fuerte tendencia hacia el silencio.
Pero quedémonos con Clarice y leamos algunas de sus frases sublimes. Su obra es extensa y he preferido ceñirme a dos títulos:

De su novela más conocida, La pasión según G.H:
- Lo que yo era antes no era bueno para mí. Pero de ese no-bueno yo había organizado lo mejor: la esperanza.
- Perder significa ir hallando y no saber qué hacer con lo que se va descubriendo.
- Soy la vestal de un secreto que no sé ya cuál fue. Y sirvo al peligro olvidado.
- Dar la mano a alguien ha sido siempre lo que esperé de la alegría.
- Crear no es imaginación, es correr el gran riesgo de acceder a la realidad.
- Voy a vencer mis últimos temores ante el mal gusto, voy a comenzar mi ejercicio de valentía, vivir no es valentía, la valentía es saber que se vive.
- ¿O no sentir vanidad es la peor forma de envanecerse.
- Mi pregunta, si la tenía, no era: 'quién soy', sino "entre quiénes soy”.
- Y no olvidar, al comenzar el trabajo, el estar preparada para equivocarme. No olvidar que el error muchas veces se había convertido en mi camino. Siempre que no resultaba cierto lo que pensaba o sentía, entonces se producía una brecha y, si antes hubiese tenido valor, ya habría entrado por ella. Mas siempre sentí miedo del delirio y del error. Mi error, no obstante, debía de ser el camino de una verdad, pues únicamente cuando me equivoco salgo de lo que conozco y entiendo. Si la 'verdad' fuese aquello que puedo entender, terminaría siendo tan sólo una verdad pequeña, de mi tamaño.

De su colección de cuentos Felicidad clandestina:
- No sabía si era inteligente. Ser inteligente o no era algo que dependía de la inestabilidad de los otros.
- Pues el paso que muchos no llegan a dar nunca, él ya lo había dado: había aceptado la incertidumbre, y lidiaba con sus componentes con la concentración de quien examina algo a través de las lentes de un microscopio.
- Aquel día, pues, él conoció una de las formas extrañas de la estabilidad: la estabilidad del deseo irrealizable. La estabilidad del ideal intangible. Él, que era un ser consagrado a la moderación, se sintió por primera vez atraído por lo inmoderado: una atracción por el extremo imposible. En una palabra, por lo imposible. Y por primera vez sintió, en consecuencia, amor por la pasión.
- Tenía miedo, pero era un miedo vital y necesario porque coincidía con la sospecha más profunda de que también el rostro humano era una especie de máscara.
- Porque hacía del amor un cálculo matemático equivocado: pensaba que, sumando las comprensiones, amaba. No sabía que es sumando las incomprensiones como se ama verdaderamente.
- Pero los sentimientos son agua de un instante.
- ¿Por qué atraigo a personas a las que ni siquiera gusto?.
- Yo sabía que somos aquello que ha de suceder.
- El coraje de ser el otro que se es, y de nacer de parto propio, y de abandonar el antiguo cuerpo en el suelo.
- Les faltaba el peso de un error grave, que tantas veces es lo que por azar abre una puerta.
- Horrorizada, con la mano en la boca, corría, para no detenerme nunca, la oración más profunda no es la que pide, la oración más profunda es la que no pide más, corría, corría muy asustada.
- Sobre todo, ya había empezado a no sentir placer en que la condecoraran con el título de hombre a la menor señal que presentaba de ser una persona.

lunes, 10 de octubre de 2011

LA SONRISA DE LOS DÍAS

Existen días mágicos que se atesoran en la memoria con un brillo muy especial. Son jornadas luminosas para el espíritu, pequeños oasis de esparcimiento donde la amistad circula con calidez y donde el horizonte son los otros, esos que llamamos amigos porque no nos pretenden ángeles y conocen nuestros defectos y, quizá por ellos, nos quieren.

Fotografía de Miguel
De izquierda a derecha: Carlos, Isa, la que suscribe esta entrada, Carmen, Gloria, Mariano, Andrés, Pilar, Manrique y Javier

Esta es una historia común y compartida que empezó en enero, al auspicio del sol tibio y la hospitalidad generosa del Thornton Club. Allí acogimos al gran tusitala y a la mejor hacedora de trabajos manuales, llegados de Barcelona para nuestro deleite.

Fotografía de Sebastián Damunt
De izquierda a derecha: Miguel, Andrés, Carmen, la que suscribe esta entrada, Pilar, Javier y Manrique
Como a todos nos apetecía repetir la experiencia, no obstante la ausencia de nuestros amigos barceloneses –siempre presentes en las conversaciones–, quedamos para saborear el exquisito caldero de estas tierras. El escenario fue Cabo de Palos, donde Cabopá y Javier nos agasajaron como a reyes.

Fotografía del disparador automático de la cámara de Begoña García Treviño
De izquierda a derecha: la que suscribe esta entrada, Pilar, Manrique, Javier, Carmen, Andrés y Begoña 
Ha entrado el otoño, aunque de momento no se note mucho en este Sur caluroso, y decidimos festejarlo al amparo de las risas. En esta ocasión, mi casa acogió a quienes tanto quiero, y aún vibro con la luz que dejaron esparcida por todos y cada uno de sus rincones.

Fotografía de Isabel Martínez Barquero
Pilar y Manrique
Fotografía de Isabel Martínez Barquero
Begoña y Javier
Fotografía de Pilar
De izquierda a derecha: Andrés, la que suscribe esta entrada y Begoña.
Fotografía de Begoña García Treviño
Carmen
Fotografía de Begoña García Treviño
Javier
Fotografía de Begoña García Treviño
Manrique

Comimos, bebimos, brindamos y, sobre todo, corrieron los ríos amparadores de la amistad.

Fotografía de Isabel Martínez Barquero
De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Andrés, Pilar, Manrique, Javier y Begoña
Fotografía de Isabel Martínez Barquero
De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Andrés, Pilar, Manrique, Javier y Begoña
Fue otro día para guardar en la memoria como un tesoro. Mi chico y yo no podíamos estar más felices, porque la alegría no se esconde y se refleja en el brillo de las miradas.


Fotografía de Begoña García Treviño
Andrés y la que suscribe esta entrada
Seguro que repetiremos, ya que el ser humano tiende a insistir en las situaciones dichosas.
Gracias a todos: Begoña, Pilar, Cabopá, Manrique y Javier. Sois estupendos.