martes, 19 de junio de 2012

AMIGOS Y CONOCIDOS

Almuerzo de remeros, de Renoir

En una ciudad cercana, comía con un amigo del que hacía mucho tiempo que no disfrutaba en persona. Todo transcurría de una manera plácida y entrañable, con las palabras esenciales y auténticas que usan quienes se quieren desde que son casi niños. El tono de nuestras voces era bajo y confidente, al contrario del griterío del entorno. Nos servían el café tras los postres cuando la algarabía de un nutrido grupo de hombres, que jaleaban a nuestro lado, cesó en su alboroto. Este silencio nos alertó más que el ruido previo y consiguió que captáramos parte de la conversación discreta que se desarrollaba entre dos de ellos, los más próximos a nosotros:
–Me confundí con Juan. Pensé que habíamos trabado auténtica amistad, pero bien me ha demostrado que no es así.
–Juan no es amigo de nadie; sólo tiene conocidos.
–A mí me ha utilizado, ¿qué quieres que te diga?
–Como a todo el mundo, no te extrañes.
–Jugamos juntos al tenis, hicimos barbacoas en su casa o en la mía, nuestras mujeres congeniaron incluso... Parecía que le importaba de veras, que se interesaba por mí de forma altruista, pero... 
–No le des vueltas. Existen personas que son así, que van a lo suyo y nada más.
–Todo su interés estaba motivado por lo que pretendía conseguir a cambio.
–Es la táctica del resbalón.
–¿Cómo dices?
–A ese proceder, yo lo llamó “la táctica del resbalón”, porque te echan jaboncillo para que confíes y, luego, hacen que te partas la crisma en él.
–Muy bueno... 
–No me explico cómo no te diste cuenta. A Juan se lo ve venir. Peores son los que van de puristas, esos que de forma sibilina te enredan en una apariencia de afecto que no existe, esos que son una soledad andante aferrada al primer humano que les aguanta sus batallitas y su orgullo desmedido.
–¿Hablas por experiencia?
–Quien más, quien menos, tiene sus muertos en el armario.
–Qué estúpido fui. No calé a Juan.
–Siempre hace lo mismo: desaparece, dejas de interesarle. Aunque, en ocasiones, retorna, así que activa todas tus alertas, por si acaso.
–Ya, pero me cuesta admitir que exista gente que cambia tan rápido de sentimientos.
–No te engañes: no generan sentimientos en su interior, sino veleidades narcisistas. Hoy te quiero si me sirves. Mañana no te quiero si no lo haces. Es sencillo.
–Lo que más me fastidia es esta cara de bobo que se me ha quedado. Parece que me he caído de un guindo.
–Es que eres buena gente, chaval, eso ocurre. Están los amigos y están los conocidos. Los primeros persisten en el tiempo mientras que los segundos, no.
–Será.
–Lo es. No le concedas más importancia. Siempre conviene permanecer atento a quien se nos acerca, que no es oro todo lo que reluce.
–En fin... Al menos, me alegro de tu amistad.
–¿Y cómo sabes que soy tu amigo?
–No estás de paso, sino que te perpetúas en mi vida.
–Tampoco es un indicio irrebatible, ya que se cruzan muchos en nuestra existencia en un momento determinado y persisten durante un tiempo, les damos importancia y, luego, se esfuman en los armarios del pasado.
–Eso es verdad.
–Y tanto. Todo ser que llega hasta nosotros tiene un cometido, pero los papeles que se les asignan a cada uno no son iguales, pues mientras unos son primeros actores, otros se quedan en actores de reparto.
–Y Juan no ha llegado ni a figurante.
Mi amigo y yo nos desligamos de la conversación y, sin palabras, nos sonreímos con timidez. Sabíamos muy bien cada uno lo que pensaba el otro: la inmensa suerte que tenemos ambos por el privilegio de gozar de una amistad verdadera.
Desde mi atalaya de diálogos pillados al azar, así ha sido. Más o menos.

jueves, 7 de junio de 2012

TIEMPOS SOMBRÍOS

    Esta tarde, mientras pegaba en el tablón de anuncios del portal del Paraíso la convocatoria para la reunión de la comunidad de propietarios, me ha dejado sorprendido la vecina del quinto derecha, Encarna, maestra de la escuela pública y mujer dada a la filosofía. Me ha tendido unos folios para que los lea con detenimiento, pues es su propósito declamar el discurso que contienen al final de la junta de vecinos.
–Don Máximo, como presidente que es de la comunidad, considero que debe conocer el contenido de este pequeño discurso que me propongo leer una vez adoptadas las decisiones vecinales pertinentes.
–¿Acaso te has metido a política para andar con arengas?
Encarna me ha respondido que no tiene ninguna intención de abandonar la docencia y dedicarse al dolce far niente, que con el desorbitado número de personas que viven a costa de todos con el único cometido de darle al pico, ya es bastante.
Ya en mi casa, sentado cómodamente en mi sillón, he desplegado los folios de la maestra y los he leído con agrado. Tengo muchos años, lo cual equivale a que he vivido todo tipo de situaciones, por lo que enfoco los acontecimientos con una cierta perspectiva que no me nuble la razón. Tengo muchos años, pero nunca serán bastantes para que pierda mi fe en el género humano, y el discurso que transcribo es la prueba de que, en medio de la arena, reluce el oro:

Mito de Pandora representado en una vasija griega

   «Nos ha tocado la mala estrella, y la llevamos encima sin que hayamos merecido su distinción, que la gran mayoría somos gente de bien, trabajadora, honrada y pacífica. Asistimos a un despegue que sabíamos inflado y que, como las pompas de jabón, explotó. Lo terrible es que nos salpique a quienes jamás jugamos a las ambiciones desorbitadas y que tengamos que seguir manteniendo a quienes ya se lucraron a nuestra costa, a los espabilados que nos manejan a su antojo.
 »Nuestra realidad cotidiana es deprimente: cifras de paro alarmantes, la sanidad tratada por los políticos como si fuera un capricho prescindible, la enseñanza pública ninguneada, la corrupción extendida a todas las esferas de quienes poseen un mínimo poder, el número de políticos a quienes sustentamos en su evidente impericia es vergonzoso... En medio de este panorama desolador, con la amenaza permanente de esos mercados que aún nos quieren castigar más y mandarnos de una patada al pelotón de los torpes, me pregunto cómo mantener la fe para no derrumbarnos, porque cuesta asumir toda la fea realidad que digerimos día a día, porque no nos merecemos que se nos robe la esperanza minuto tras minuto. Recortados por quienes nunca pasan estrecheces y no tendrán problemas para educar a sus hijos o acudir a una sanidad puntera, por quienes cobran sueldos intocables y bufandas generosas en gastos de representación a costa del sudor de todos, no me explico cómo no estamos todos los días en la calle chillando nuestro descontento. ¿Qué nos ocurre? ¿Qué extraño narcótico nos han suministrado para que nos quedemos impasibles ante tanta tropelía? Escucho protestar a todas las personas que conozco, y a las que no conozco también, que en el tranvía o en el supermercado, por poner sólo un par de ejemplos, se cosechan comentarios que son un auténtico termómetro de la insatisfacción general. La tristeza ya no es sólo epidérmica, sino que se ha incrustado como una gangrena en los espíritus de todos. ¿Seremos capaces de espantarla de una forma activa?
 »Escribo todo lo anterior y pienso que alguien puede confundirme y creer que abogo por la violencia. Nada más lejos de mi intención, que siempre he sido pacífica y nunca me han gustado las soluciones que precisan intemperancia, fuerza o brutalidad. A lo que aspiro, supongo que como todos, es a vivir en un país mejor, más justo. Nos falta valentía y nos sobra miedo, como lo demuestra el resultado de las últimas elecciones. Tampoco sé dónde se halla la clave para dar el salto y pasar de una Europa de los mercaderes, totalmente a la deriva, a una Europa de los pueblos y naciones, de los valores que hemos forjado durante siglos. Porque tengo claro que la salvación ha de ser conjunta, cada vez más claro, aunque ello implique apartarse de la dura ascesis que impone Alemania, una nación más en Europa, no Europa ella sola ni el paradigma del que hayan de surgir todas las directrices. Se hunde España, se hunde Grecia, se hunde Italia, se hunden otras naciones de esta vieja Europa. No podemos consentirlo. Hemos de reaccionar, sacudirnos los moscardones que nos han parasitado sin piedad, partir de otras premisas: las que crean, las que ilusionan, las que sacan a flote a los pueblos y a sus gentes. Ya está bien de esta guerra silenciosa que, por el camino del desánimo, nos tiene a todos silenciados. Somos personas, no números ni entes económicos. Aboguemos por los derechos que nos corresponden, los que no nos cosifican. ¿Cómo seguir aguantando este mordisco a nuestra libertad de ser y estar en el mundo? ¿Cómo es posible que a estas alturas tengamos que volver a reivindicar derechos fundamentales para las personas, los derechos humanos que creíamos tan sólidos?
 »Recuerdo una canción de Luis Eduardo Aute, "Libertad". En ella, existen un par de versos que siempre me emocionan y me sacuden la pereza, esa molicie que inclina hacia el conformismo: "Vivir es más que un derecho, / es el deber de no claudicar". No claudiquemos nunca, que la vida es de todos y para todos y no de unos pocos o para unos pocos.»