jueves, 14 de marzo de 2013

AROMA DE VAINILLA


Como ya anticipé en la entrada anterior, he estado de ajustes materiales y técnicos para subir a Amazon mi segunda novela: Aroma de vainilla, una novela de corte clásico y de largo aliento, imbuida del ambiente de los lugares donde se desarrolla y con traslaciones temporales moderadas, donde se utiliza un lenguaje acorde con las épocas en las que se desenvuelve, lo que pienso que no excluye la celeridad de su lectura ni la implicación inmediata del lector en la trama.
He conseguido recortarla y apenas si he entrado en el tono que en su día utilicé. Una cosa es corregir una novela y otra bien distinta escribirla de nuevo. Cuando ya no se tiene el estado de ánimo que imperaba cuando surgió la historia, lo más sensato es ceñirse a una corrección escrupulosa del texto que respete el discurrir íntimo de la trama. 
Antes de daros un resumen argumental y otros datos sobre la misma, me apetece referiros algunas anécdotas, pues esta novela me ha acompañado a lo largo de muchísimos años, los años en los que apenas tenía un segundo libre para escribir, los largos años en los que viví fuera de mi ciudad y la nostalgia me devoraba en ocasiones, lo cual se refleja de una manera u otra en la novela. Tanto su gestación como su escritura y reescritura copan más de tres lustros de mi existencia. Escribía cuando podía y nunca sabía cuándo podría volver a hacerlo, de ahí que me tocaba siempre levantarla en cada acometida. En alguna ocasión, incluso, me aceleré y resumí lo que bullía dentro de mi cabeza, pero el resultado me pareció esquemático y pobre. Armada de paciencia, aceptando los inevitables lapsus intermedios, llegué a escribir algo más de mil folios que me conté a mí misma de dos formas: una en la que los tiempos se mezclan según el recuerdo del personaje principal y otra más tradicional en la que el tiempo narrativo discurre sin saltos, de principio a fin. Deseaba narrar por el puro placer de narrar, centrarme en los hechos, evitar las digresiones y componer una novela de corte clásico. Me apetecía disciplinarme en contar sucesos, sin juicios ni meditaciones más allá de los propios que surgían de los avatares de los personajes. 
Durante muchos años la titulé El olor de las especias, un título que me gustaba y del que me costó desprenderme al comprobar que existía una novela histórica –del año 1996 si no recuerdo mal– que se me había anticipado y había recogido ese mismo título. Tras unas cuantas vueltas, decidí llamarla Aroma de vainilla, ya que ese olor tiene su importancia en el desarrollo argumental y es privativo de tres personajes importantes pertenecientes a tres generaciones de la familia protagonista.
Siempre he dudado respecto a esta novela, pero nunca he podido condenarla, ya que sus personajes los llevo metidos en el corazón. Lo mismo les ocurre a los amigos que la han leído y me han animado a hacerla pública. Incluso, hará unos tres años, saqué la primera parte en un blog que le abrí y en el que me monté toda una historia de autora muerta, siendo la administradora del blog la legataria de la difunta. Conseguí la atención de unos cuantos lectores, hoy amigos, pero la indecisión me llevó de nuevo a suprimir las entregas. Al menos, fue una toma de contacto con lectores no próximos a mi círculo más íntimo que me resultó muy positiva y esclarecedora.
Ahora, en este camino que he tomado en los últimos tiempos, en el que intento perder la costumbre de juzgarme a mí misma, la he subido a Amazon y la tenéis en este enlace. Necesitaba atreverme y echarla a rodar por el mundo. 
La suerte está echada y ya me tiemblan las piernas.

RESUMEN ARGUMENTAL:
En el umbral de la ancianidad, Mercedes Ortega Abellán distrae los grises momentos de su existencia presente acudiendo al refugio de su memoria, donde los recuerdos la conducen a un viaje hacia el pasado. Su mirada retrospectiva desvela los secretos de tres generaciones familiares y consigue que encuentre el vigor preciso para cambiar el rumbo de los acontecimientos en las vivencias de una estirpe no rendida ante las desgracias.
La brújula de la fiel memoria de Mercedes abarca desde los últimos años del siglo XIX hasta los años sesenta del siglo XX, asiste a la epopeya de una familia que se extingue en una provincia del sur de España, concurre a las vicisitudes existenciales de mujeres fuertes, de hombres tiernos, de hijos con filiaciones muy diversas e inclinaciones muy distintas y de mentes abocadas a la locura por las circunstancias políticas y sociales de la época.
Los ejes temáticos giran en torno al deseo amoroso, el amor insatisfecho, el amor no correspondido y el traicionado, los celos, el adulterio, los conflictos generacionales, los estigmas de una educación estricta, el orgullo, la tozudez, las murmuraciones sociales, la fascinación por la cultura, la ferocidad de la guerra y sus nefastos efectos posteriores, el perdón, la generosidad, los sueños no cumplidos, las expectativas rotas, el oscurantismo religioso y su antítesis descreída e iconoclasta, la locura, la muerte y la lucha por la existencia en una España llena de rencores y de atmósfera opresiva.

lunes, 11 de marzo de 2013

DE CORRECCIÓN


Quien se dedica a escribir bien sabe lo que cuesta conseguir una página medio decente, de la que nos sintamos algo satisfechos. En cada frase surgen dudas, decisiones que han de tomarse para que la historia discurra por una u otra dirección, compromisos con las palabras que usamos, esas que nos definen y definen el material poroso fruto de nuestra fiebre creadora.
En estos días me hallo sumergida en la tarea de corrección de mi segunda novela, una novela muy extensa que recorto y ajusto con constancia. Hace ya años que la acabé, por lo cual son muchos los puntos que debo vigilar: unas reglas de ortografía cambiadas –como, por ejemplo, la no acentuación de los pronombres demostrativos–, un lenguaje que ya me queda lejano y otra serie de extremos que quien haya corregido su propia obra, a efectos de publicarla, sabe lo resbaladizos que son. Todo se reduce a unas pocas palabras que se dicen muy pronto y se conjugan muy lento: concentración, horas, disciplina, espíritu crítico y algunas más que se alejan del ideal del escritor como un ser que escribe ab initio en la más pura de las perfecciones.
No voy a dar la tabarra con la muy conocida crisis editorial, los malos tiempos que vivimos a todos los niveles –entre ellos el de la cultura– ni las pocas salidas dignas que tiene alguien que escribe sin estar metido en los circuitos comerciales que mueven los hilos. Sé que muchos pensaréis que más vale abstenerse, no hacer nada, esperar... En mi caso, me he cansado de esperar y, de nuevo, acudiré a la vía de Amazon. En breve sacaré en esa plataforma la novela que ahora corrijo, la más larga que he escrito hasta ahora. Es mucho el trabajo que conlleva la aventura, pues una ha de hacer de todo: escritora, fotógrafa, maquetadora, correctora y promotora de la propia obra. Difícil, muy difícil, y más cuando se pretende un cierto distanciamiento que consiga unos resultados honrosos. 
Conforme avanzo, son más las cuestiones que se me plantean y que voy resolviendo de manera intuitiva. Una de ellas es la del precio, qué criterio seguir para poner un precio a una obra. En un principio, y con las otras dos que subí a Amazon durante el verano y el otoño pasados, y cuyas portadas con enlace ilustran esta entrada, decidí que sería a un céntimo por página. Así dicho no resulta ninguna barbaridad por la que nadie haya de poner el grito en el cielo, pero bien sabido es que en Amazon se vende muy barato y que existe un nutrido grupo de lectores que están muy pendientes de conseguirla, incluso, de forma gratuita. Sé que es un mal punto de partida un precio que supere el euro, pero... No haré demasiados comentarios, pero sí oigo una voz interna que me dice: «Cuanto más te agachas, más se te ve el culo», y quien quiera entender que entienda. Si con el trabajo que da publicarse uno mismo, aunque sea de manera virtual, nos degradamos como si ofertáramos una plancha o una tostadora –que, encima, valen mucho más que los libros que los autores españoles independientes publican en Amazon–, mal camino, muy malo. Quien no valora su esfuerzo, su creatividad y entra en circuitos de rebajas continuas u otras maneras de feriantes, venderá mucho, no lo dudo, pero hace un escaso favor a la dignidad de un oficio tan antiguo –y, por desgracia, mal pagado– como es este de la escritura.
Otra duda que tengo resuelta es la de la promoción. Voy a hacer promoción, pero me niego a estar todo el día metida en las redes sociales vociferando mis obras. Conozco personas que llevan ya años de promoción y siguen como el primer día, como si se tratara de un libro recién salido al mercado. No las critico, pero no las secundo ni las secundaré. No me interesa convertirme en una comercial de mí misma, de los demás ni de la propia plataforma de Amazon. A mí me gusta escribir y no voy a desperdiciar mi gramo de tiempo en cantar mis virtudes de manera continua –con la vergüenza que produce–. Admiro a quien es capaz de hacerlo, como a quien tiene una seguridad a prueba de bomba. Yo me desanimo pronto, me entristezco por una falta de empatía, me aflijo por un desprecio, me escondo cuando me prejuzgan, me azoro cuando no consigo algo de complicidad con los lectores... Por supuesto que lucharé por mis obras como mejor sé y en la medida de mis propias fuerzas, expondré y compartiré las alegrías que me dan, pero siempre he pretendido no ser pesada ni repetitiva ni dar una imagen frívola o de mercader ávido. No creo que vaya a cambiar ahora. 
En fin, que mi próxima entrada será para presentaros esa segunda novela mía en cuya corrección estoy trabajando. Ya tengo casi segura la portada tras una serie de pruebas y arreglos, todo muy casero con una máquina de fotos y el Picasa de ayudante. Me faltan los últimos toques al texto, los arreglos para que la obra se lea bien en un lector de ebooks y todos esos detalles que precisa un libro electrónico. Espero conseguirlo pronto. Otra cosa es vender, que obtengo muchas buenas palabras pero vendo bien poco, señal de lo pésima que soy en esto de la promoción. Y os aseguro que se vende todo con una buena promoción, hasta lo más soporífero. Tendré que aprender a promocionarme, tendré que hacerlo de una manera que no entre en colisión con mi carácter ni me robe la totalidad de mi tiempo.
Abrazos virtuales para todos y hasta pronto.