Publicada
recientemente por Raspabook en su colección juvenil, La noche de los niños eternos, es la primera novela del murciano Francisco
Javier García Hernández, una maravillosa historia de fantasía, colmada de
aventuras y plena de magia.
Como en toda novela de aventuras que se precie, tenemos un héroe con el
que identificarnos y al que seguir en su viaje iniciático, aquel que le lleva a
enfrentarse a múltiples peligros, incluso los surgidos de su propio interior.
En esta novela, nuestro héroe es el pequeño Alabilú, con el que nos reímos, nos
sorprendemos, sufrimos… Pero Alabilú no está solo en su alto cometido, ya que
se encuentra acompañado por otros héroes igualmente entrañables, como Búho Krukú,
Iríomar, Brillúbila, Libélula o Grapituerca. aparte de los apoyos recibidos en
situaciones concretas por personajes, como Kirikumik.
Me ha fascinado la imaginación portentosa que despliega el autor, así
como la ternura con la que ha construido a sus personajes, una ternura que no
excluye el lado oscuro (caso del personaje principal: Alabilú) ni las
constantes equivocaciones de los mismos (como ocurre con la simpática bruja
Libélula) ni la debilidad física de algunos de ellos en ciertas circunstancias
(por ejemplo, Brillúbila, la reina de las Hadas de la Luz, que languidece en la
oscuridad absoluta). Personajes inolvidables ligados por una amistad
inquebrantable que consiguen aliados en todas las criaturas de buena voluntad
con las que se encuentran. Y cuando digo «criaturas» lo hago en sentido amplio,
porque asistiremos a una deliciosa personificación de las fuerzas de la
naturaleza.
En esta historia, el bien y el mal se enfrentan de forma dramática y
ninguna de las criaturas existentes en su universo puede permanecer impasible. La
lucha es especialmente angustiosa en el interior del pequeño Alabilú, a cuyo
lado nos ponemos desde un inicio, temiendo siempre que la fuerza de la sombra
le gane la batalla. Pero Alabilú es noble, no desea dejarse vencer y cuenta con
la ayuda de su grupo de amigos, por lo que confiamos que supere todas las
pruebas del destino, aunque al final el corazón nos dé un vuelco cuando… (no
puedo decir más, no es conveniente desvelar la trama, so pena de pecado mortal
efectuado a los futuros lectores).
La acción es continua y se
desenvuelve in crescendo en este
viaje iniciático para los protagonistas y para los propios lectores. Estamos en
vilo desde que comenzamos a leer y el estado de alerta crece y crece hasta el
final.
A lo largo de las más de quinientas páginas de la novela, el lenguaje es
rico y fluido, siempre al servicio de la trama, y se adorna con encantadores
destellos de lirismo en muchas de las breves descripciones («con el brillo de
las estrellas temblándoles en los ojos», «antiquísimas melodías que hablaban de
largas tardes de estío, de crepúsculos de cobre y noches claras de luna llena»;
«tenía el brillo del sol metido en el fondo de los ojos», «tenía en el rostro
la palidez de una dolorosa preocupación que lo hacía parecer muy mayor», «en
sus miradas había un aire melancólico e invernal»). El uso de palabras
esdrújulas, agudas y abundantes onomatopeyas, así como las frecuentes
exclamaciones, consiguen un texto sonoro, casi físico.
Ha sido un auténtico disfrute seguir a Alabilú y al resto de
protagonistas en su peligroso viaje para salvar el mundo de la luz de las
garras enemigas que lo acechan, un viaje donde la pericia, el valor y la
amistad son sus aliados, y en el que el tiempo juega en contra.
Hacía tiempo que no leía una novela de aventuras juvenil (creo que la
última fue La historia interminable,
de Michael Ende) y ha sido una experiencia muy gratificante, todo gracias al
buen saber hacer del autor, Francisco Javier García Hernández, que, además, es
ilustrador y a cuyas manos debemos las imágenes de la portada. Por cierto: la
presente novela no tiene nada que envidiar a la citada de Ende y, si los
acontecimientos discurrieran de manera lógica en el enmarañado mundo del libro,
debiera ser todo un éxito, como lo fue la del alemán.
Un libro para todas las edades. Los niños y jóvenes vibrarán entre sus
líneas y los adultos regresarán al niño que llevan dentro.
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