Ayer se celebró el Día del Libro. Buena cuenta se dio de ello en los informativos y en las redes sociales. Y yo ando perpleja por muchos y variados motivos:
1. En un país con escasa afición lectora, todos se mostraban tan contentos: los que leen y los que no leen. Los escritores se exhibían, firmaban ejemplares, felices de lucir a pleno sol una afición o profesión que el resto de los días del año es mirada con indiferencia absoluta.
Porque esto de escribir da mucho que hablar a quienes lo hacen y a quienes observan a los que lo hacen, a quienes pretenden llegar a hacerlo, a quienes se tiran al campo de batalla de la página en blanco armados de frases hechas y lugares comunes como escudos, a quienes navegan por mares sintácticos incoherentes, a quienes cabalgan sobre los rocines de las faltas de ortografía como si fueran caballos briosos.
En medio de tanto jaleo, porque en esto de los libros todo el mundo opina, me sonrío. Veo mis estanterías repletas; mi lector electrónico, rebosante; la mesa que atesora las lecturas inmediatas, nutrida. A solas, en silencio, se operará la magia cotidiana de la lectura. Estoy a salvo. Soy libre.
2. El día de ayer y sus aledaños implican ventas. Seguro que serán un alivio para las pequeñas editoriales independientes, esas que intentan publicar conforme a unos criterios mínimos de calidad y que se preocupan por la cultura del país.
En el otro extremo, para las editoriales poderosas («esa gente que se traga cualquier cosa si se vende bien», que diría Siri Hustvedt), días de negocio. Porque para ellas los libros son objetos, mercancías que se venden, como los peines, las sandalias o las camisetas. En este barrio, se hace mucho ruido, incluso con pocas nueces. Los libros son material de consumo y no se sonrojan por tratarlos en tal sentido. En España, dos grandes grupos devoran desde hace años los sellos más prestigiosos.
Cuando los gigantes se coman a los valientes enanitos que quedan, ¿qué pasará? Por lo que a mí me preocupa, supongo que habré de desarrollar a marchas forzadas aptitudes para una verborrea que me repugna a efectos de poner de relieve la viabilidad comercial de mis libros, o sea, de mi producto (¡madre mía, qué jerga!). O espabilamos o nos echarán los famosillos, los que venden por guaperas, los que hipnotizan con su juventud sin mácula, los ruidosos y una larga lista de despejados donde no cabe la fealdad, la timidez o las arrugas. Y si eres mujer, de una cierta edad y… Más vale que no me encienda y sea prudente, que está en juego el futuro que no sé si disfrutaré.
3. También me llama la atención la actitud farisea de los que nos gobiernan. Dan el Premio Cervantes y se retratan con escritores, loan a Cervantes y a los de su estirpe, pregonan las excelencias de los libros y de la lectura, mientras, en la reboticas, legislan para que la literatura deje de ser una asignatura de postín en los planes de estudios. El país exige gente preparada, humanos dispuestos a obedecer sin plantearse la idoneidad de las órdenes o la legitimidad de quienes los rigen. ¿Para qué sirve la literatura? ¿Para que la gente se cuestione todo? ¿Para que las personas piensen por sí mismas y caigan en terribles depresiones? ¿Para forjar insumisos al poder?
Nuestros gobernantes desean nuestro bien, así que fuera la literatura universal, la filosofía, la música y todo aquellos que no sirve para producir. Como mucho, que sean materias optativas, aunque sin abusar, para aquellos espíritus frágiles y sensibles que nunca llegarán a nada.
Termino ya con los motivos de mi aturdimiento. ¿Para qué seguir si cada día entiendo menos lo que pasa? Eso no obsta para que cuando lo considere o me dé la calentura, vuelva sobre estos asuntos, que se requieren muchas páginas para apaciguar un pensamiento rebelde.
Y nada mejor en este momento que unas citas de autores sobre los libros y la literatura:
«Cuando una persona
es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar un
mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia
sigue su curso, la realidad deja de existir». De Paul Auster, Brooklyn Follies.
«(…) un libro debe ser el hacha para el mar helado que
llevamos adentro». De Franz Kafka.
«Los libros son puntuales. Llegan cuando uno los merece,
nunca antes». De Eloy Tizón, «Zoótropo (Biografía de un libro)», la
introducción o prólogo a la segunda edición de Velocidad de los jardines.
«Vivir las vidas que
uno no vive es fuente de ansiedad, un desajuste con la existencia que puede
tornarse rebeldía, actitud indócil frente a lo establecido. Es comprensible,
por ello, que los regímenes que aspiran a controlar totalmente la vida
desconfíen de las ficciones y las sometan a censuras. Salir de sí mismo, ser
otro, aunque sea ilusoriamente, es una manera de ser menos esclavo y de
experimentar los riesgos de la libertad». De Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras.
«Porque jugar a las
mentiras, como juegan el autor de una ficción y su lector […] es una manera de
afirmar la soberanía individual y de defenderla cuando está amenazada; de
preservar un espacio propio de libertad, una ciudadela fuera del control del
poder y de las interferencias de los otros, en el interior de la cual somos de
veras los soberanos de nuestro destino». De Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras.
«Una comunidad sin literatura
escrita se expresa con menos precisión, riqueza de matices y claridad que otra
cuyo principal instrumento de comunicación, la palabra, ha sido cultivado y
perfeccionado gracias a los textos literarios». De Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras.
«Una persona que no
lee, o lee poco, o lee solo basura, puede hablar mucho, pero dirá siempre pocas
cosas, porque dispone de un repertorio mínimo y deficiente de vocablos para
expresarse. No es una limitación solo verbal; es, al mismo tiempo, una
limitación intelectual y de horizonte imaginario, una indigencia de
pensamientos y de conocimientos, porque las ideas, los conceptos, mediante los
cuales nos apropiamos de la realidad existente y de los secretos de nuestra
condición, no existen disociados de las palabras». De Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras.
«Se aprende a hablar
con corrección, profundidad, rigor y sutileza, gracias a la buena literatura, y
solo gracias a ella». De Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras.
«Para formar
ciudadanos críticos e independientes, difíciles de manipular, en permanente
movilización espiritual y con una imaginación siempre en ascuas, nada como las
buenas lecturas». De Mario Vargas Llosa, La verdad de las
mentiras.
«La literatura, no
la ciencia, ha sido la primera en bucear las simas del fenómeno humano y
descubrir el escalofriante potencial destructivo y autodestructor que lo
conforma». De Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras.
Por último, dado que hoy, hace ya muchos años, en 1904, nació una mujer excepcional que amaba los libros y tenía la fea costumbre de pensar y de dedicarse a ello, dejo este hermoso párrafo a propósito de la escritura:
«Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que solo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que precisamente por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas. Pero es una soledad que necesita ser defendida, que es lo mismo que necesitar de una justificación. El escritor defiende su soledad, mostrando lo que en ella y únicamente en ella se encuentra […] Se escribe para reconquistar la derrota sufrida siempre que hemos hablado largamente […] Hay en el escribir siempre un retener las palabras, como en el hablar hay un soltarlas, un desprenderse de ellas, que puede ser un ir desprendiéndose ellas de nosotros. Al escribir se retienen las palabras, se hacen propias, sujetas a ritmo, selladas por el dominio humano de quien así las maneja». (De María Zambrano, mujer, filósofa, persona lúcida).
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