Primer día del año. Otra vez, el disfrute del concierto desde Viena. Aunque no suelo escuchar a los Strauss, me son indispensables en esta jornada, me inyectan la alegría con la que intento entrar en cada nuevo espacio habitable, y aunque el tiempo no debe distinguir las divisiones con las que lo pautamos y acontece único, lo cierto es que nuestra medida anual nos da a todos el regalo del estreno y pisamos los inicios de año con delicadeza ilusionada. Este año es bisiesto, con lo que existen veinticuatro horas extra para forjar ilusiones y cumplir proyectos. Me pregunto si en este año que acaba de comenzar llevaré a cabo todo lo que tengo en mente y depende solo de mi persona: una novela a medias, o a cuartas (a saber cuál será su extensión), en un género donde nunca me había movido antes; volver a las largas caminatas, interrumpidas por algunos problemas de salud; contemplar el mar tan a menudo como me sea posible; leer mucho y releer (si durante el año pasado he releído a Marguerite Yourcenar, en el 2016 me apetece releer a Clarice Lispector; me ha dado por las chicas, cierto); darle un nuevo aire al Cobijo… Y aquí estoy ahora, en el Cobijo. Sigo sin mucho tiempo, pero no es nada latoso escribir unas líneas. A mí me gusta leer lo que sale de muchos y, aunque no comente en la mayoría de los blogs, no paso sin leerlos. Porque realmente el acto de la lectura es el mejor tributo. Nos engancha un estilo, una forma de andar por la vida, un pensamiento libre y espontáneo. Qué más da que se lo diga a esa persona; bien sabe ella que así es y que acudimos puntuales a sus actualizaciones. Y qué más da que se le reitere una y otra vez en caso de comentar. Hay que quitarse fajas, corsés y el resto de artefactos apolillados que nos ha dado por resucitar en las redes sociales. Me entra la risa cuando imagino las visitas por las ondas como las que se hacían las antiguas damas victorianas. Nos desembarazamos de muchas obligaciones en la vida real y, sin embargo, en la virtual nos llenamos de ellas, amén de la resurrección de unos hábitos de cortesía algo periclitados; los seres de nuestra especie somos así de contradictorios, ya que en el cara a cara evitamos jabones excesivos para no ser tildados de cursis y con la pantalla del ordenador por medio nos convertimos en los más besucones del planeta, yo incluida, que conste.
Pues bien, ya hemos arrancado, Cobijo, de eso se trataba. Vas a ser un instrumento de expresión personal o a saber qué en cada momento, según se me antoje. A mí me da algo de vergüenza, no te creas. De momento, no tenemos claro la cuestión de si habilitar o no los comentarios. Por una parte, no se trata de impedirle a nadie que diga lo que quiera y pueden ser, incluso, muy enriquecedores; pero, por otra, no es mi deseo que se conviertan en moneda de cambio en el tráfico virtual. Veremos en unos minutos cómo salimos al mundo. Al fin y al cabo, piensa que lo esencial es la lectura, y esta es un acto solitario, personal e intransferible.