miércoles, 30 de enero de 2013

DE DINOSAURIOS Y OTRAS PEQUEÑECES


Augusto Monterroso es un autor que he descubierto hace relativamente poco tiempo. Conocía desde joven su famosísimo hiperbreve «El dinosaurio» («Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.»), pero no lo había leído. Esta deuda la solventé leyendo al autor a partir de hace un año y medio más o menos, aunque sobre todo fue en 2012 cuando me dediqué más a su obra. Me resultó una experiencia muy gratificante, pues con Augusto Monterroso uno puede experimentar múltiples sensaciones excepto la del aburrimiento. Su ironía e inteligencia –ya se sabe que aquella es producto de esta última– mantienen un altísimo nivel de sonrisas cómplices.
Hace pocos días me topé con una convocatoria de microrrelatos donde se le rinde tributo a Augusto Monterroso a través de su archiconocido «El dinosaurio». Sin pensarlo dos veces, remití al blog Esta noche te cuento mi microrrelato «Instantánea de Augusto Monterroso en su casa», basado en el repetido hiperbreve «El dinosaurio» y en otro que a mí me cautiva: «Fecundidad» («Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.»), donde el buen humor del escritor queda reflejado de una manera magistral.
Sobre Augusto Monterroso se ha escrito mucho y no voy a hacerlo yo sin galones de crítica que me refrenden. Con la lectura me basta para disfrutar de forma apasionada. Si a alguno os apetece acercaros al autor y a su obra, existe una página muy cuidada del Centro Virtual Cervantes. Allí, entre otros datos biográficos y de su obra, podréis disfrutar de una mini antología de microrrelatos espléndidos como aperitivo sabroso. 
Espero y deseo que la recomendación os guste.

miércoles, 23 de enero de 2013

¿CÓMO SE HACE?


Nos multiplicamos en las redes sociales. Los humanos de ahora somos seres que tecleamos los pensamientos y sentimientos en la extensión maquinal sin la que ya no somos. Ninguno podríamos vivir sin nuestro ordenador, ese apéndice de nuestra alma que nos proporciona un eco inmediato y placebo, de ahí el éxito masivo, pues a quién no le vienen bien unas palabras de aliento o de apoyo. Estamos vapuleados por una fea realidad que nos roba los sueños en los que tantos esfuerzos invertimos, así que es comprensible que nos refugiemos en un mundo de colorines, siempre transitado y con ambiente, donde nunca nos hallamos solos o faltos de estímulo. Nos conocemos por pequeñas cuadrículas que encierran una porción de nosotros, sea real o metafórica. Cultivamos la amistad con personas que están a miles de kilómetros y lo hacemos a diario. Nos mandamos besos, abrazos y utilizamos una cortesía antigua que no se pone en práctica cuando nos encontramos cara a cara, donde somos más normales y sobrios.
Parece que si no estás aquí, allá y más allá no eres nadie. Me admira la inmensa capacidad que observo en muchos de llegar continuamente a todo. A mí apenas me alcanza el tiempo, pero no me doy por vencida. Aun sabiendo que no lo conseguiré, pretendo llevar una vida normal, con contactos reales y cotidianos sin los que no puedo pasarme, y, además, tener miles de amigos en todos los recovecos de Internet. Se admiten consejos, ideas e, incluso, regañinas. También se aceptan trucos para no acabar de los nervios en el intento de subir un vídeo, por ejemplo, o en cualquier otro aspecto de la puñetera técnica; trucos sencillos, no tratados exhaustivos. Al fin y al cabo, todos somos habitantes de este nuevo mundo que nos castiga la vista y, a veces, cuando no se emplea la moderación debida, el cerebro.
Por mucho que reneguemos en ocasiones, no hay que engañarse, pues continuaremos en este inmenso edificio con habitaciones llenas de sorpresas. Bendito el que entra en todas y se mueve por los pasillos como un auténtico experto. A mí, con la vida real, Blogger, Facebook y Twitter ya me basta y me sobra. Sé que no soy un ejemplo y desde ahora declaro mi admiración por todos aquellos que pueden con eso y, además, con Tuenti, Two, Klout, Linkedin, Pinterest, Hi5 y no sé cuantísimos más. En algunas de esas redes estoy aunque no sepa usarlas o para qué sirven, bien sea porque te meten las altas instancias de la política virtual (caso de Google +); en otras entré y no recuerdo cuándo ni cómo ni las claves de acceso (caso de Linkedin); y en otras he decidido que ni las huelo, que no hay humano que dé tanto de sí o, al menos, yo soy cortita y no estiro mucho. 
Dentro de poco necesitaremos un ordenador para el almacén de los nombres de usuarios y contraseñas. Tiempo al tiempo. Yo ya llevo una libreta para no perderme en este enjambre. Y si me pregunta cualquiera, no dudo en afirmar con convicción las virtudes de las peripecias en las ondas y de los conocimientos de personas magníficas, que normalmente ganan en el cara a cara, como he tenido ocasión de comprobar sobradamente. Eso sí, a mayor número de redes, menor control se ejerce, porque es imposible estar en todo y a todas horas. Este es un principio no formulado pero supuesto por cualquier mente pensante. Aunque tal vez me equivoque y acabemos siendo todos ingenieros o magos. Todo es posible.

miércoles, 16 de enero de 2013

VIEJOS POEMAS

De vez en cuando, dedico un rato a recopilar viejos escritos, y surgen poemas, muchos poemas (escribía mucha poesía de joven), poemas dispersos por carpetas de una juventud que empieza a quedar algo lejana. Cuando los leo normalmente me río y, en ocasiones, me sonrío. Condeno las más de las veces, pero no puedo negar que me resulta entretenido enfrentarme a quien fui en otro tiempo. Encuentro de todo, incluso poemas rimados (de mi infancia casi, que muy pronto me adscribí al verso libre). 
Producto de esas excursiones por los ríos de la memoria escrita son los dos breves poemas que hoy os dejo, uno de ellos rimado. 
PARADOJA

Se me confunden las ansias.
Cuando debo andar deprisa,
me seduce la calma;
mas cuando ésta plácida llega,
me atropello por colmarla.

VERSATILIDAD

A veces soy tan triste
que hasta los niños dejan de jugar
cuando me miran.


A veces...


Otras, soy su caballo de madera,
el indio o la muñeca.

Las dos fotografías fueron realizadas por mí y son del Jinete de Artemisión, en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas.

jueves, 10 de enero de 2013

UN BUEN TRABAJO

Las espigadoras, de Jean-François Millet

Cada vez soy más reacia a prestar atención a las conversaciones que tanto me divertían en otro tiempo. Con la instauración definitiva de la crisis como un estado normal y no excepcional, las charlas se han vuelto graves cuando no dramáticas. En todas rezuma el líquido espeso de la resignación y aparece el fantasma del miedo. Las elipsis dicen más que las palabras y las expresiones de los rostros me ponen al tanto de todo el peso de la vida, esa señora que es de todos aunque sólo unos pocos se la ganen. Porque habitamos un mundo que se dirige sin remedio a una regresión en toda regla, y así me lo confirma este esbozo de diálogo que pillé al vuelo en la puerta del supermercado:

–No sé si me conviene. 
–Yo no lo pensaría mucho. No están los tiempos para cavilaciones.
–Es verdad que necesito un trabajo, pero me temo que esto más que un trabajo va a ser una esclavitud.
–Lo que sea, pero acepta.
–No sé, no sé... De diez a doce horas diarias, incluidos los sábados, un sueldo ridículo sin pagas extras y vacaciones cuando decida el jefe, si las decide...
–No des vueltas. Es lo que hay.
–Pero se aprovechan de la situación. No sé si resistiré ese ritmo y, sobre todo, la actitud perenne de sumisión servil, porque a ese hombre, el jefe, le gusta humillar sin miramientos.
–Ahora no puedes andar con melindres. 
–Y de eso se valen para callarnos la boca los de siempre. Vamos para atrás, como los cangrejos.

Aceleré el paso, avergonzada. Bien sé que florecen situaciones que hace unos años pensábamos extintas, para siempre metidas en un baúl con bolas de naftalina; pero hoy el señoritismo campa de nuevo a sus anchas y nos tose a todos su superioridad desde la soberbia de quienes no conocen la compasión y se creen ungidos con el sello de los dioses para que otros se domeñen a sus deseos desorbitados. Quizá siempre ha sido igual: la tropa y la casta. Unos pechan y otros gozan.
Desde mi atalaya de diálogos pillados al azar, así ha sido. Más o menos.