jueves, 20 de septiembre de 2012

UNA HISTORIA COMO CUALQUIER OTRA

 Nací en el seno de una familia de clase media, donde no faltaba el pan pero tampoco sobraba para caprichos. Fui la segunda de tres hermanos y me crié como tantos otros chiquillos de aquella época, de los que apenas me distinguía más allá de una cierta inclinación a inventar historias, sobre todo cuando me castigaban mi abuela o mi madre en el cuarto oscuro por cualquier travesura propia de la edad. La fantasía se convirtió pronto en mi amiga más frecuentada, pues a su lado me sentía segura y me aislaba de un mundo que no alcanzaba a comprender.

Crecí con esa propensión a evadirme y con el auxilio innegable de los libros, el mejor lugar para escaparse de las rutinas que tanto me fastidiaban. Pronto, muy pronto, mi recuerdo fija a una chiquilla pegada a papeles y lápices, así como a una máquina de escribir de mi padre, una Olivetti roja, que aporreaba con mis dos pequeños índices. El objeto de tanta aplicación no era otro que el contarme historias a mí misma cuando se me terminaba la lectura, lo cual ocurría pronto, pues un libro que no fuera de texto no estaba entre las prioridades de las familias, que los adquirían por santos, cumpleaños y Reyes.
Entre poemas malísimos, cuentos peores y dramas insufribles, todos escritos por auténtica necesidad, pasé mi infancia y adolescencia. Jamás supuse que aquella exigencia insoslayable de escribir cualquier cosa que se me pasara por la cabeza iba a ser el horizonte de mi vida y el tirano de mi existencia. Eran muchas las reprensiones que sufría de los allegados acerca de la inutilidad de la escritura y la conveniencia de encauzar mis sueños por las materias que permiten ganarse el pan cotidiano de forma convencional.
Por motivos familiares que no vienen al caso, no estudié la carrera que hubiera deseado, sino Derecho, sin duda un comodín para el futuro, ya que me permitiría conseguir un buen trabajo. Mientras la cursaba, entré en contacto con otros jóvenes amantes de las letras, porque la escritura jamás desapareció de mi existencia y a ella dedicaba horas que le sisaba al sueño. Publiqué poemas en revistas locales e, incluso, en una nacional de mucho nombre en aquellos tiempos. Por esta última publicación, sufrí acusaciones injustas de quienes hasta entonces consideraba mis amigos, pues suponían que me había ido a Madrid a vender mis encantos de jovencita a cambio de la gloria. Semejante agravio me llevó a un desencanto total, sólo roto por la frecuentación de un hombre bueno que me enseñó cómo se debe estar en el mundo literario: lo más al margen posible, pues se lidia con las vanidades y estas son espadas mortíferas. Dicho mentor fue Miguel Espinosa Gironés, de quien siempre me acuerdo y por el que regaño a la muerte por llevárselo tan joven.
Huérfana, dolida y escarmentada, me dediqué al mundo del Derecho, la ocupación externa y visible que me ha mantenido hasta principios de 2010 y me ha llevado a residir en diversas ciudades españolas. Pero los ríos invisibles de mi existencia se han desarrollado siempre en la escritura: afición, vocación, pasión, delirio, querencia que no me ha abandonado nunca. Le quitaba al sueño horas por escribir, aunque no tuvieran destinatario mis letras. No he podido nunca estar separada de la escritura y, cuando lo he intentado, casi enfermo.
Asumí mi destino de escritora oculta. No me importaba con tal de escribir, pues amo la escritura en sí misma considerada, no el boato externo con que algunos la acompañan. En ocasiones, fantaseaba con la trascendencia pública, pero sus vasallajes y la maledicencia de los espíritus envidiosos me mantenían encerrada en mi concha. No deseaba repetir la historia de mi juventud. No iba a consentir suposiciones indignas sobre mi persona.
Aunque en el campo jurídico trabajaba durante largas y agotadoras jornadas, conseguí escribir miles de poemas, decenas de relatos y dos novelas. El armario de carpetas crecía y crecía, lo que también multiplicaba mi actividad correctora continua con respecto a lo ya escrito. En ocasiones, me preguntaba sobre lo que hubiera sido de mi vida si hubiera luchado por mi escritura, porque era evidente que no podía dejar de escribir para mantener mi equilibrio como persona. Muchas veces me sentía un ser extraño, desalmado en el trajín de los días, pues no se hallaba mi alma en la pulcritud profesional con la que desarrollaba mis tareas, sino en la faceta que escondía en mi despacho de casa.
El malestar crecía en mi interior conforme pasaban los años, pero me sentía incapaz de atajarlo. Me parecía una completa irresponsabilidad abandonar el trabajo que me había mantenido con decoro durante toda mi vida. Esas cosas no las hacía nadie prudente. Estaba cansada de dedicarme al Derecho, que me gustaba, sí, pero no me apasionaba como la escritura. Sólo deseaba escribir a todas horas, abrir la puerta al torrente que me ha dominado durante toda mi vida. Por pura casualidad, comencé con este blog y en él encontré personas que me animaron en mis deseos incontenibles y me dieron la fe de la que carecía por tanto silencio. Empecé a pensar que, tal vez, podía intentar la aventura: la de no ser escritora en silencio, sino, también, de cara al exterior.
Como en ocasiones todo conspira para que alcancemos el destino que se nos ha reservado, mi falta de valentía la atajó la crisis económica. La misma me llevó al paro en febrero de 2010. Con la edad que ya tenía y la penosa situación del país, pocas expectativas de trabajo se me desplegaban. Volver a colegiarme para el ejercicio de la abogacía tras tantos años sin ejercer y tantos gastos previsibles que implica dicha dedicación, no era el horizonte que deseaba. Extraña pero contenta, me volqué de lleno en la escritura.
Acostumbrada como estoy a trabajar muchísimo desde siempre, he corregido escritos antiguos y he concluido nuevos poemas, relatos y una tercera novela. Y he atendido este blog como mejor sé, este blog que es para mí un instrumento más de lucha, como tantas veces he señalado en él. No me meto con nadie cuando reflexiono o expongo mis motivos, aprensiones, manías y demás; sólo reafirmo mi querencia literaria, que no me impide encariñarme con cualquiera, se dedique o no a la literatura.
En estos momentos, la cuestión es salir al exterior, pues ya se han reconciliado las dos facetas de mi existencia –la interna y la externa– y no estoy segmentada, sino que soy unívoca. He empezado tarde a luchar por mi escritura, que no a escribir, pues lo hago desde siempre en el silencio. Me preocupan muy poco las lenguas afiladas y los ojos envidiosos que se dan en este retorcido mundo de las letras donde se capea con la inmortalidad y, modernamente, con las cifras comerciales. Ya no soy la jovencita a la que se le hace daño fácilmente y se la manda de una patada al cuarto oscuro. No, ya no me resigno, y he encontrado el equilibrio en mi persona y en la vida, aunque sea más pobre que las ratas. Ahora sé lo que quiero y voy a luchar por conseguirlo, no por ambición, sino por amor, el amor que me debo a mí misma, a los que me rodean y a la materia que me ha alegrado siempre: la literatura.

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Hoy, día 21 de septiembre, el pintor Andrés Rueda saca dos poemas míos acompañando a dos magníficos cuadros de su autoría. Aquí os dejo el enlace por si os apetece visitar su blog.

jueves, 6 de septiembre de 2012

LA HISTORIA DE LOS MIL NOMBRES


Como ya os anunciaba en la entrada anterior, ando de revoluciones internas y rebeliones externas. Siempre me han gustado los libros impresos y he soñado con ver mis obras publicadas de esa forma, pero bien sabéis que la realidad es aplastante con los sueños, y más en estos tiempos de crisis donde todo se tambalea, incluidas las editoriales y los autores sin posibilidades económicas para costearse sus libros.
En este trasiego de revoluciones y rebeliones, no me ha quedado más opción que meterme en experimentos técnicos y, por fin, han dado sus frutos. He conseguido publicar en Amazon mi primera novela: La historia de los mil nombres. Es una novela corta que escribí poco antes de cumplir los treinta años. Como debéis suponer, han pasado lustros y ya me encuentro lejana de la misma, tanto en temática como en estilo, pero es mi hija y, como tal, debo ampararla. La he releído hace poco y me he reído con ganas, como se ríe una madre con una primogénita algo gamberra a la que no ve desde hace tiempo.
Sin darle muchas vueltas a la cabeza, decidí que probaría con ella en Amazon a efectos de aprender a publicar en la referida librería virtual. Llevaba meses calibrando si publicaba o no allí, aunque sin saber qué. La decisión, rápida y alegre, la tomé más que nada por llevarme la contraria, porque soy una insegura patológica que nunca ve nada concluido, lo que me lleva a ser el más claro ejemplo de una Sísifo femenina. He condenado muchas obras a la oscuridad, pero el cansancio de escribir para el cajón del olvido, así como la necesidad de movimiento y de una pizca de alegría, me han llevado durante este verano a amonestarme muy seriamente: o cambiaba o me ahogaría en el pozo de mutismo en el que me encontraba sumergida. Y como el instinto de conservación prevalece en todos los animales, incluso en los humanos absurdos como yo, empiezo la aventura con esta primera novela donde aprendí no pocas técnicas narrativas (recuerdo que cambié los puntos de vista varias veces, maravillándome de los giros de la historia con cada uno de ellos, hasta que me quedé con el que está, pues era el que más me divertía).
Aquí os dejo el enlace a la página de Amazon donde podréis encontrar la novela y una sinopsis de la misma. También os puede interesar leerla a alguno. Para su lectura, sé que no todos tienen un aparatejo de esos llamados Kindle (un lector de ebooks), pero en la página, a la derecha, existen aplicaciones de lectura que da Amazon, y os podéis descargar de manera gratuita, para ordenadores, tablets y smartphones. Lo bueno es que se puede leer por muy poco dinero y a muchos clásicos de forma gratuita, aunque sé que nada es comparable a la implicación que se produce con un libro físico, pero a falta de pan....
En el enlace que os he dejado, también existe la posibilidad de que leáis el principio de la novela de manera gratuita, por si os interesa o no seguir adelante con su trama. Para ello, tendréis que tener el dispositivo de lectura descargado gratuitamente o el Kindle.
En fin, que me he lanzado al ruedo y quiero dejaros aquí constancia de mi alegría por haberlo hecho. Por supuesto, sin compromiso para vosotros.
Alea jacta est.

sábado, 1 de septiembre de 2012

DE VUELTA


Tengo a la jefa totalmente despistada. Por más que le chillo que ya es hora de que se acuerde de mí, ni caso. Me mira con ojos benevolentes y me responde lo mismo minuto tras minuto:
–Aguanta un poco, Cobijo, que estoy muy concentrada en mis cosas.
Es cierto que no para un segundo. Entre meditar los medios para salir adelante en el difícil mundo de las letras, estudiar estrategias para emerger indemne del sadismo financiero que se ha puesto de moda, leer todo lo que lleva atrasado y escribir largo y tendido, he llegado a la conclusión de que o tomo yo cartas en este asunto o me deja tirado como a un mal novio. Así que le he propuesto que me dejara hacer a mí, que tengo mis ideas y no la voy a dejar en mal lugar. Además, ya estamos a uno de septiembre y debe ser fiel a su palabra de retorno.
–¡Qué impaciencia! Haz lo que te venga en gana, que libre eres, pero quiero que sepas que estoy estudiando tu viabilidad con mi vida.
–¿Acaso piensas matarme y enviarme al limbo? –le pregunto con el terror impreso en todos y cada uno de mis pliegues virtuales.
–No digas tonterías, hombre. Te he cogido afecto, que son muchas las horas que he pasado a tu lado. Lo que ocurre es que el tiempo no se multiplica y has de pasar a un segundo plano, tener menos ansias de protagonismo.
–¡Vaya, y eso que soy tu cobijo!
–No te amohínes. Es normal lo que te digo. Lo anormal es tu tendencia expansiva, que me has salido muy sociable y debes comprender que no siempre dispongo de tiempo para llevarte de paseo a todos esos sitios que tanto nos gustan a ambos. Podremos acudir de vez en cuando, comentar si nos lo pide el cuerpo o pulsar el botón nuevo de Google que indica que nos ha gustado la lectura. Porque lo fundamental es eso: leer, pero leer con los cinco sentidos, no para dejar la impronta de nuestra huella, como el trámite de un paseo alocado para dar cumplimiento a una cortesía mal entendida, que en este mundo virtual hay mucha reverencia engañosa. Incluso, es probable que seamos más egoístas y edifiquemos más la propia casa que la ajena.
Agacho la cabeza y medito. Ha sido sincera, pero sé que no me ha dicho toda la verdad, que se reserva pensamientos y que me prepara sorpresas futuras. Últimamente, está algo mareada con tanta técnica: cualquier aplicación o artefacto exige estudio y hasta lo que, más o menos, domina, cambia de un segundo a otro. Sabe que alguien que escribe en nuestros días debe estar pendiente de muchos ámbitos técnicos distintos. Entre redes sociales, blogs, correos electrónicos y demás avances que tanto conectan y desconectan a los humanos, seguro que a ella le ha dado por pensar que no puede invertir todo su tiempo en ser una experta informática, una exhibicionista permanente o una frívola que se pasa el día de una pantalla para otra, que es tozuda y persevera en escribir, algo que siempre ha hecho en un alejamiento del mundo casi monacal.
Recuerdo sus palabras cuando le expuse mis protestas por abandonarme durante el mes de agosto:
–Hay épocas, amigo. Ahora estamos en verano y el calor distiende las costumbres, así que no te pongas serio. Relájate y disfruta. Quien más, quien menos, se sale de sus rutinas.
La miré sin ser capaz de espetarle una buena contestación. La conozco de sobra y sé que siempre maquina sobre mí. Ya la había pillado unos días antes en una conversación donde señalaba que cada vez tenía más claro que yo debía ser muy escueto, que el medio donde habito es la ley que impone, que la auténtica lectura se produce al margen de mis luminosos carriles amarillos, que la literatura discurre en las extensiones desérticas donde siempre se han movido los espíritus valientes.
–Además, eres un presumido que no consientes salir sin foto o pintura. Y estoy pensando en edificarte sólo con palabras.
–Yo te busco la foto si me das permiso.
–Allá tú, pero que sea fresquita y liviana.
–¿Me dejarás hacer la entrada?
–Ni lo sueñes.
Contento con su autorización parcial, rastreé en sus archivos de imágenes y saqué un mar azul de esos que la serenan tanto. Aunque tuve mis dudas sobre la bondad de mi elección, pues lo mismo le daba por escaparse a cualquier playa cercana ante su vista. Pero no se fue de playas, ni se escabulló más de lo prudente, pues sólo anduvo unos pocos días perdida por tierras de pinares con ecos literarios; el resto del tiempo lo pasó, como aún lo pasa, entre lecturas, escrituras y el intento de aclararse para publicar un ebook, que se le ha metido en la sesera publicar su primera novela, una que escribió cuando era aún muy joven. No sé si lo conseguirá, pues se le resiste algún aspecto formal, pero seguro que sí, que ella es vergonzosa para decirlo, pero yo no: necesita un impulso y, también, sentir que genera algún ingreso, aunque sean unos eurillos, que la crisis no la ha perdonado, como a tantos.
Sea lo que sea lo que haga de mí, aquí queda constancia de mis buenas intenciones y de su mala cabeza. Quizá me llene de micros, quizá me zambulla en la lírica, quizá me haga un cronista de esta sociedad que ya sólo se expresa en términos económicos y está regida por el miedo, quizá me llene de citas, quizá me use a modo de diario, quizá se atreva a expresar sus opiniones de una vez por todas... La desalmada es imprevisible, como me ha hecho ser a mí mismo. Ya se sabe que los humanos son unos seres peculiares en el mundo. El hecho de que sean muchos no nimba de normalidad su exotismo, ese que les impulsa a reflexionar sobre sus propios actos y sus más íntimos pensamientos.
Deseo que todos mis colegas estén pasando un magnífico verano, dentro de lo que nos dejan las sádicas noticias que sufrimos rutinariamente. Hemos de recuperar la sonrisa frente a la pretensión de establecer el miedo como moneda de cambio y paisaje habitual de nuestros días. No sé cómo, pero hay que apostar por la esperanza. No queda más remedio.
Abrazos virtuales para todos.


Fotografías de Isabel Martínez Barquero (Pinares de Soria)